Quien llega a la casa
De los carretones
no tiene otra opción
que las emociones.
Primero, del aire
cercano del río
y el Puerto acostado
junto a los navíos.
Entras por la puerta,
de hierro forjada,
y oís del saludo
de las tres arcadas.
Paseas el jardín
poblado de plantas
y se te hace nudo
feliz la garganta.
No podés creer
que haya bananeros
que mezclan el trópico
y el vivir costero.
¿Acaso sabías:
los arces tupidos
fueron semillitas
subidas del río?
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Como vos y yo,
la gente se queda
con la bienvenida
cordial de palmera.
(Te sabrá a gustito
rico del Palmar,
fresco, rubiecito,
dulzón de Yatay.
Por eso te abren
Brazos, corazón;
las dos avenidas
que van a Colón.)
Es que los Carretones
no pueden dejar
de darte las gracias
que da el Uruguay.
Si entrás a las piezas,
ganarán tus ojos
el tapiz de piedra
que sobra tu antojo.
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Y ni qué decirte
de la simpatía
de la bella Elena
que canta la Ilíada.
(Porque mundo hay uno
y del mundo somos,
igual que Colón
es un microcosmos.
Y un cosmos más chico,
De los carretones,
siempre con historias
de ayer a montones.
De los carretones
que iban hasta el Puerto
cargados de bolsas
del colono tiempo.)
Y cuando salís,
más que conmovido,
se te viene encima
la vista del río.
Prof.
Alfredo
Jorge Maxit
- Febrero
de 2006 -
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